jueves, 27 de marzo de 2014

TRABAJANDO CON GABO

Aprendiendo con un Premio Nobel de Literatura. Esto han estado haciendo los alumnos de 1º de Bachillerato este trimestre. Tenían que leer Crónica de una muerte anunciada y después, desde el Departamento de Lengua, se les propuso realizar un proyecto cultural. Podían elegir la temática, el formato y la forma de presentación, siempre que estuviera inspirado en este clásico y tuviera que ver con la cultura. Hemos disfrutado de canciones, de cortometrajes, de cartas supuestamente escritas por los personajes, de juegos como el pasapalabra, entrevistas con el autor, fotografías y hasta un draw-my-life (vídeo de dibujos sobre la vida del autor) o un booktrailer. Aquí están algunos de los trabajos que se presentaron en clase inspirados en Gabo.




No sé si habrás recibido el resto de cartas que te he estado enviando casi desde el momento en que te fuiste o si te limitas a apartarlas de tu vista como si nunca hubieran existido, tal y como estoy segura de que haces con mi recuerdo. Pero esta es la última que te dedico y debes saber que no espero ningún tipo de respuesta por tu parte, solo quiero que tu silencio por fin me de la paz que has estado arrancando de mis brazos durante tantos años.
Cuando decidí empezar a escribirte pensé que nunca sería capaz de cansarme de ello, aunque al final el tiempo ha optado por ponerse de tu parte y me he dado cuenta de que esto carece de sentido.      
Sé que ante tu indiferencia debí haber parado lo antes posible, pero supongo que nunca he sido una chica demasiado lista y por eso te escribo otra carta más (la última, lo prometo), en la que cuento todas las cosas que jamás me he atrevido a decirte y que sería un crimen callarme. Así que te las dejo por escrito esperando que mis palabras vivan más que yo y que algún día te dignes tan solo a leerlas.
¿Sabes? Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y a mí ya no me queda ni belleza ni juventud, y por faltarme, me falta hasta algún diente. El tiempo se me escurre como agua entre los dedos y ya no soy aquella niña que se deshacía en lágrimas dentro de aquel vestido blanco. Y estoy infinitamente cansada de echarte de menos, pero lo estoy más aún de tener esta confianza ciega en ti, estoy harta de que me inunde la absurda certeza de que algún día aparecerás en cualquier sitio y a cualquier hora con todas las cartas bajo el brazo, diciendo que nunca me has respondido porque preferías contestarme en persona.
Jamás me olvidaré del preciso instante en el que te fuiste por la puerta de mi casa, tal vez para nunca regresar. He de admitir que en un primer momento me sentí incluso feliz, pero tan solo unas horas después y a pesar de todos los hematomas que me había dejado mi madre, lloraba de pena porque en el fondo sabía que no ibas a volver.
Entiendo que cometí un error, y quizás el peor de todos los que pude haber cometido, comprendo que te hice quedar como un idiota ante todo el pueblo y toda tu familia. Pero se ve que te gusta jugar a ver cuánto más aguanto así, arrastrándome como una indigente que pide limosna en la esquina de alguna mugrienta iglesia. Y también parece que te esfuerzas por dolerme en todas partes, que consigues abrirte paso hasta los rincones más recónditos de mi ser y no dejas lugar para nada ni nadie más.
A veces me pregunto cómo eres capaz de castigarme de esta manera por haber echado a perder algo que ni si quiera quería en ese momento, y entonces pienso sobre lo raro que puede llegar a ser el amor. Sobre lo increíble que me parece que tan solo necesitases cinco malditas horas para despertar en mí esta tempestad que sigue alimentándose noche tras noche con el ardiente calor de tu recuerdo. Porque aunque no lo supiésemos en ese entonces, encendimos más fuego en menos de medio día que muchos en años, y juraría que podríamos haber arrasado con bosques e incluso continentes enteros de no habernos separado.
No sé tú, pero yo quedé bien enterada de eso un tiempo después, cuando empecé a notar las tremendas quemaduras de tercer grado que me dejaste, cuando me di cuenta de lo imposible que era encontrar unas manos que aliviaran mejor el dolor que las tuyas.
Hace ya tiempo que he perdido la dignidad escribiéndote y escribiéndote sin cesar, aunque supongo que ante tus ojos nunca he gozado de una. Y es por eso mismo que no me importa en absoluto ensuciarme un poco más si es por ti, si es por hacerte ver lo que siempre has significado para mí:
Para mí eres la casa más bonita del pueblo y su olor a sábanas sin estrenar, eres aquel viejo gramófono que apareció un día por sorpresa delante de mi casa envuelto en papel de regalo, y el juego de tazas con el que me obsequiaron en la boda, eres el rechazo a lo desconocido y el deseo a lo que luego no pude conocer, eres ese sabor agridulce del que están impregnados tus labios y la esencia fuerte que desprende tu perfume importado de Europa, eres aquel sí quiero forzado y tembloroso, aquel viajero enigmático y ambulante que se vendía sin reparos y ante todos como el hombre perfecto, eres este nauseabundo dolor de cabeza de tanto pensarte y también el sol naciente sobre las aguas del Caribe.
Pero sobre todo eres dolor. Un dolor tan lacerante y crónico como una enfermedad terminal para la que no existen tratamientos paliativos. Un dolor totalmente único que además lleva nombre y apellidos: Bayardo San Román.
Atentamente: Ángela Vicario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario